Tal vez el verano me haya vuelto a la realidad, pero aún no puedo creer que sea así. Al llegar a la una de las terminales, en esa marcha que no parecía acabar nunca, me atornillé en el asiento, con el único fin de olvidarme de mi trabajo.
Al mirar por la ventana confirmo que aún estoy a mitad de camino de mi destino final. Faltaba nada más ni nada menos que mil kilómetros para poder dar inicio a mis tan postergadas vacaciones. Hasta podía argumentar que había perdido la habilidad para armarme de paciencia, para quitar de una buena vez, la tiranía del reloj.
En ese sombrío pueblo donde el micro se detuvo, solo unas agotadas farolas daban cuenta que allí residían otras almas, almas que renunciaron a la locura de la gran ciudad.
Si embargo, ésas farolas también se habían agotaron por el egoísmo de la luna, que no hacía otra cosa que traer la oscuridad a los chóferes para tomarse un descanso.
No se cuanto tiempo permanecí dormido, tal vez largas horas, minutos o segundos hasta que un cosquilleo en mi hombro, luego en mis rodillas y cabeza me obligaron a volver en sí. Antes de que pudiese abrir los ojos, me sentía como atrapado en una fuerza que llegaba del más allá.
Atiné a levantar mis párpados con un enorme esfuerzo y, de a uno por vez como si estuviera luchando con el peso de dos enormes rocas que fueron derribadas por la sola presencia de aquella mujer, de aquella figura, que solo querían acomodar sus pertenencias y sentarse a mi lado.
Cuando pude escapar del sueño congelado, sentí que mi alma regresaba al cuerpo después de muchos años, en los que había perdido hasta la capacidad de asombro, entre tantas otras cosas.
Estaba allí, insolente, magnífica, solicitando que le cediera una parte del valijero para ubicar sus bolsos.
El hombre de negocios, despiadado y competitivo se iba apaciguando ante la dulzura de su voz, se iba derritiendo la coraza para enfrentar los vaivenes de la bolsa, que habían estado mucho más rabiosos en estos últimos tiempos.
Mi mundo, con sus constantes viajes en aviones, para estar tan cerca del cielo, pero lejos de la tierra, lejos de la humanidad, lejos de lo femenino.
Ahora, a mi lado estaba sentada una caricia para el alma.
Gire, ya no se en cuantas oportunidades con la intención de conciliar el sueño. No pude, con su delicada sonrisa se llevó mi agotamiento de años. Era tarde. Como un rayo que descarga su corriente eléctrica en cuestión de segundos, de igual manera mis emociones dieron un vuelco rotundo, en medio de la negrura del paisaje.
Mientras ella se dormía, yo apagaba y encendía la luz de modo que terminó despertándose. A esta altura de la situación ya no podía con mi ansiedad, tenía que saber de su vida: profesión, estado civil, edad, domicilio. Tenía que respirar hondo para no volverme insistente, cansador e inoportuno, mostrarle que no juez de nadie. Todo lo contrario, manifestarle que era alguien agotado de soledad, de haber perdido razones para disfrutar de encuentros gratificantes.
Al comienzo del diálogo se sintió incómoda, tal vez por que no era licenciado en comunicación y se notaba. Pero, el camarero del cinco estrellas, que nos vigilaba con disimulo, nos sirvió un desayuno suculento, con el único propósito de recuperar las energía que consumimos en la interminable conversación.
El sol, se había adelantado para ayudarme a descubrir su belleza, esos ojos tan sugestivos delataban la belleza de su ser. Me dejé llevar por su simpatía, a tal punto que se aventuró a explorar todos los rincones de mi interior, de tal manera que podía leer llegar a mis pensamientos.
No fue casualidad que ambos descendiéramos en el mismo lugar, en el mismo parador, en habitaciones contiguas y en día especial, el día de San Valentín
Nora